Esta denuncia continúa en proceso en el Colegio Veterinario, luego de que hiciéramos el pedido de apoyo a la Defensoría del Pueblo, por no obtener respuesta a nuestra solicitud de sanción.
Cuántos perritos mueren por negligencia de los veterinarios a los que se confía su salud, a los que se les paga por un trabajo que, lamentablemente, cumplen a regañadientes, y sin esmero.
Lo único que buscamos es que los veterinarios tomen conciencia de que los animalitos son seres que merecen respeto, si no cariño, y que presten sus servicios con ética y honor.
No queremos que ninguna familia pase una situación tan triste como la que vivimos nosotros.
Señor Director:
La historia de Charlie, publicada hace unas semanas en esta misma sección, vuelve a repetirse. Le cuento que llevé a mi mascota, un cachorrillo cocker spaniel, a la veterinaria Limavet ubicada en San Miguel. La última vez lo llevé para un baño, luego del cual mi mascota pasó consulta con la veterinaria y propietaria del local, quien comenzó a aplicarle antibióticos inyectables, porque el cachorro, decía, tenía una infección.
Al tercer día de tratamiento presentó una reacción alérgica, por lo que lo llevé nuevamente al local. La doctora le aplicó un corticoide, pero al quinto día, al ver los resultados de los análisis de sangre que le practicó, me dijo que era una infección fuerte y que le iba a aplicar un antibiótico: un gramo de cefalosporina. Le dije que era una dosis alta para el cachorrillo, pero igual se la aplicó y ello le ocasionó un paro cardiorrespiratorio a Clifford (así se llamaba mi perro).
Soy una persona de edad, he sido enfermera y he trabajado 22 años en pediatría, razón por la que critiqué su actitud. Consciente de lo que había hecho le aplicó inmediatamente 10 miligramos de dexametasona, adrenalina y epinefrina y al rato mi cachorrillo despertó, pero para vivir una lenta agonía hasta la noche en que murió. La doctora niega ahora el tratamiento. Mi pobre Clifford no llegó a cumplir un año siquiera. Ojalá el Colegio Médico Veterinario de Lima pueda hacer algo para controlar estas malas prácticas.
La historia de Charlie, publicada hace unas semanas en esta misma sección, vuelve a repetirse. Le cuento que llevé a mi mascota, un cachorrillo cocker spaniel, a la veterinaria Limavet ubicada en San Miguel. La última vez lo llevé para un baño, luego del cual mi mascota pasó consulta con la veterinaria y propietaria del local, quien comenzó a aplicarle antibióticos inyectables, porque el cachorro, decía, tenía una infección.
Al tercer día de tratamiento presentó una reacción alérgica, por lo que lo llevé nuevamente al local. La doctora le aplicó un corticoide, pero al quinto día, al ver los resultados de los análisis de sangre que le practicó, me dijo que era una infección fuerte y que le iba a aplicar un antibiótico: un gramo de cefalosporina. Le dije que era una dosis alta para el cachorrillo, pero igual se la aplicó y ello le ocasionó un paro cardiorrespiratorio a Clifford (así se llamaba mi perro).
Soy una persona de edad, he sido enfermera y he trabajado 22 años en pediatría, razón por la que critiqué su actitud. Consciente de lo que había hecho le aplicó inmediatamente 10 miligramos de dexametasona, adrenalina y epinefrina y al rato mi cachorrillo despertó, pero para vivir una lenta agonía hasta la noche en que murió. La doctora niega ahora el tratamiento. Mi pobre Clifford no llegó a cumplir un año siquiera. Ojalá el Colegio Médico Veterinario de Lima pueda hacer algo para controlar estas malas prácticas.